Jamás Hables Mal es el título de nuestra nueva entrada de blog “Aquel día, cuando Fouqué y Mathilde quisieron hablarle de algunos rumores,  muy apropiados, según ellos, para infundir esperanzas, Julien les paró en seco  desde la primera palabra”.[1]

Noticias del Vecindario

Por supuesto, si no fuera por las comillas que nos alertan sobre la naturaleza novelesca y ficticia del episodio narrado en el fragmento de arriba, todos, absolutamente todos, sin eximir al lector más perspicaz que está ante estas líneas, entenderíamos que está ante nuestros ojos la descripción de la cotidianidad de una escena común: dos personas contándole a otra las últimas noticias picantes del vecindario.

Porque, siendo sinceros, los Juliens han sido siempre poquísimos en la tierra: esos individuos que rehúyen oportunidades y ocasiones para enterarse con lujos de detalles de los acontecimientos estridentes y calientes de los distintos ámbitos de la vida humana de la boca de los Fouqués y las Mathildes son escasos.

Cuando el Chisme Entretiene

De ahí el hecho de que no todos confesamos que nos entretiene el chisme, aunque  sí todos, paradójicamente, digamos a viva voz que nos desagrada.

Aunque asistimos actualmente a fenómenos de distorsiones informativas y comuicativas como nunca antes en la historia, desde las llamadas Fake news hasta las Tesis conspirativas, pasando por la Postverdad y los demás hijos predilectos de la mala propaganda, lo cierto es que el chismorreo es tan antiguo como la humanidad misma.

Profesionalización del Chisme

Lo novedoso sería la profesionalización del experto en chismes desde hace varios siglos y la inmediatez de su divulgación gracias a las nuevas tecnologías que han propiciado su diseminación global.

Dicho esto, no debería sorprendernos el papel protagónico desempeñado por los opinadores seriales y los criticones hasta la saciedad en espacios públicos y no tan públicos, quienes como animales carroñeros se alimentan de la podredumbre de la sociedad.

El Papa Francisco ante deprimente situación lanzó la siguiente exigencia: “A los medios de comunicación, pido que terminen con la lógica de la Postverdad,  la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación por el escándalo y lo sucio; y busquen contribuir a la fraternidad humana”.[2]

Sociedad Morbosa

Que la morbosidad es la característica distintiva de nuestra Civilización del espectáculo[3] es un hecho innegable.

Ahora bien, lo que solemos pasar por alto es que la habladuría y la maledicencia de las malas lenguas comienzan nada más y nada menos que con un simple rumor.

En su célebre libro Rumorología: Cómo se difunden las falsedades, por qué nos las creemos y qué se puede hacer ante ellas. Cass R. Sunstein, especialista en economía del comportamiento, afirma que al momento de hablar de rumor debemos tener presente que nos estamos refiriendo “a declaraciones de hecho – sobre personas, grupos e instituciones –  que no han demostrado ser veraces pero que han pasado de una persona a otra y, por lo tanto, tienen credibilidad no porque haya pruebas directas que las sostengan, sino porque otra gente parece creerlas”.[4]

De acuerdo con Sunstein “Todos nosotros somos víctimas potenciales de los rumores, entre los que también están los rumores falsos y malintencionados”.[5]

Todos somos parte de ese menú

He aquí el quid de la cuestión: nadie está exento de formar parte del menú preferido del rumorologo hambriento más cercano.

Por esta misma razón es que hay que seguir el ejemplo Julien,[6] “parar en seco desde la primera palabra” al fulano que ponga sobre la mesa de conversación algún hecho noticioso de mengano, porque si la víctima de turno es mengano la próxima serás tú. 

La reconocida escritora norteamericana Elena G. de White remarca con clarividencia lo que se trata de decir: “¡Qué mundo de chismes se evitaría si cada uno recordase que los que le hablan de las faltas ajenas publicarán con la misma libertad sus faltas en una oportunidad favorable! Debemos esforzarnos por pensar bien de todos […], a menos que estemos obligados a pensar de otra manera.

No dar Crédito

No debemos dar apresurado crédito a los malos informes. Son con frecuencia el resultado de la envidia o de la incomprensión, o pueden proceder de la exageración o de la revelación parcial de los hechos.

Los celos y las sospechas, una vez que se les ha dado cabida, se difunden como las semillas del cardo”.[7]

El sabio rey Salomón nos recuerda que “El fuego se apaga cuando falta madera, y las peleas se acaban cuando termina el chisme” (Prov. 26:20).

Por su parte, el apóstol Santiago, luego de dedicar los primeros 12 versículos del capítulo 3 de su carta a exhortar a sus receptores a domar su lengua, en el verso 11 del capítulo 4 les ruega, diciendo: “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros”.

Jamás Hables Mal

Por esta y otras razones que rayan en la obviedad, pese a los intentos fallidos de bautizar al chisme de santo,[8] como dice el grupo vocal cristiano Acappella, ¡jamás hables mal!

Oscar Guillermo

Pastor del Distrito Las Matas de Farfan Asociación Dominicana del Sur, seminarista y escritor de artículos para las revistas Ministerio Ancianos y Prioridades.


[1] Stendhal. Rojo y negro. Madrid, España: Ediciones Akal, 2018. P. 671.

[2] https://twitter.com/pontifex_es/status/1449406782334439426?s=21

[3] Libro del premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa

[4] Cass R. Sunstein. Rumorología: Cómo se difunden las falsedades, por qué nos las creemos y qué se puede hacer ante ellas. Barcelona, España: Debate, 2010. P. 16

[5] Rumorología: Cómo se difunden las falsedades, por qué nos las creemos y qué se puede hacer ante ellas. P. 13

[6] Véase [El triple filtro del sabio] en El poder de mis palabras (Doral, Florida: IADPA, 2015), P. 67-68, de Maria Antonia Hazoury.

[7] Consejos para la iglesia, tomo 1, p. 310.

[8] Kelsy McKinney. En defensa del chisme. The New York Times, 20 de julio de 2021.